Los demonios desatados en El Alto

Por María Teresa Segada (*)

El sistema universitario público se convierte una vez más en una bomba de tiempo para el Gobierno. Se trata de un sector masivo compuesto básicamente por clases medias que actúan a nivel nacional con una gran capacidad de movilización social. Las universidades han sido reiteradamente ignoradas o, en su caso, maltratadas por las autoridades.

Hace poco, el Presidente sostuvo públicamente que las universidades públicas son vistas como “centros de perversión” debido al excesivo consumo de bebidas alcohólicas; un comentario totalmente fuera de contexto. Hace algunos meses señaló que existe un abuso de la autonomía universitaria y hace unos años dijo que la universidad pública estaba en decadencia.

Es evidente que las universidades públicas atraviesan por una serie de problemas, sobre todo de gestión académica y administrativa. Al parecer, han crecido desmesuradamente sin mayor planificación ni orientación hacia los requerimientos del mercado de trabajo del país. De alguna manera se han convertido en refugio de miles de jóvenes que por diversas razones permanecen más de lo esperado en la vida universitaria, ya sea por falta de empleo o por la necesidad de encontrar estrategias de sobrevivencia.

El hecho de depender totalmente del Estado hace que las demandas de presupuesto sean permanentes no obstante la manera de encarar esos problemas, más aún si se trata de instancias de educación superior autónomas, es la vía del diálogo racional y selectivo, pues cada unidad académica tiene sus propias particularidades y necesidades.

El reciente conflicto en la UPEA de El Alto ha desatado varios demonios: el primero tiene que ver con la ya mencionada demanda de presupuesto universitario, problemática que también trasciende a otras unidades del sistema que aún no se han pronunciado, unido al sistemático afán del Gobierno de controlar a las universidades que, de acuerdo a la Constitución, son autónomas.

En segundo lugar la desafortunada muerte de un estudiante, quien, en medio de las movilizaciones, recibió un disparo mortal producto del pésimo manejo por parte de las autoridades de Gobierno de este tipo de conflictos que, al igual que en las peores épocas dictatoriales, pretenden contener las movilizaciones a través de una indiscriminada represión. Yo misma fui, junto a otros colegas y estudiantes, víctima de una innecesaria y agresiva gasificación en una reciente marcha institucional de San Simón en Cochabamba realizada en solidaridad con la UPEA.

En tercer lugar, la habitual tendencia del Gobierno de minimizar los hechos, deslindando la responsabilidad de sus actos en otros individuos y generando confusión y contradicciones en sus declaraciones públicas, que simplemente agravan la desconfianza y descrédito de la población.

A ello hay que sumarle otra práctica incorporada en los últimos años y denigrante para sus contendores, la rápida elaboración y difusión de spots publicitarios informativos por parte del Ministerio de Comunicación que descalifican, por una u otra razón, al sector movilizado, cuando, en realidad, el escenario para corregir o enfrentar los conflictos, como ya dijimos, es otro.

Por último, recordar que El Alto siempre tuvo un gran potencial movilizador. A la UPEA ya se sumaron las Fejuves de El Alto -aunque divididas- y otros sectores de la población; recordemos solamente el papel que jugó El Alto en los nefastos días de Octubre Negro de 2003.

A la indignación por lo ocurrido también se han sumado colectivos ciudadanos, el Comité Cívico de Potosí y Conamaq pidiendo la renuncia del Ministro de Gobierno. Lo real es que los denominados “centros de perversión” son y seguirán siendo los principales lugares de formación superior de jóvenes bolivianos y sus problemas distan mucho de ser resueltos por la vía de la violencia o la intervención.

(*) María Teresa Zegada es socióloga.

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