Transitar por la ciudad de El Alto y su arquitectura

Por Patricia Vargas (*)

Caminar a pie por El Alto nos muestra una diversidad de situaciones, dentro de las cuales están aquellas que no dejan de sorprender por su singularidad, como ver a mujeres frente al volante de grandes tráileres que transitan por algunas de sus calles.

Esa ciudad (a casi 4.000 metros de altura) está dejando de ser la cara de la pobreza, para traducirse en la de la pujanza y el comercio, una especie de representación de la psicología aymara. Lo lamentable es cuán ruidosa se ha vuelto gracias a ese crecimiento, una situación que tiende a empeorar por la masificación de su población, esencialmente rural.

Con todo, no se puede desconocer que hoy esa extensa urbe comienza a dejar atrás —en su centro vital— a la vivienda elemental, ya que allí no faltan edificaciones en altura y de elevados costos. De esa manera, se observa en esos sectores un claro poder y movimiento económico.

Y si tenemos que hablar de su arquitectura, es imposible no mencionar a los “cholets”, cuyos orígenes aparentemente vernáculos destacan formas que parecieran mostrarse como configuraciones inspiradas en distintos mitos.

En el medio arquitectónico, todo mito conlleva ideas que transmiten su naturaleza social y son justamente los “cholets” los que reflejan un uso social, pero acompañado de una propuesta económica.

Esto se evidencia a partir de que en la mayoría de esos cerca de 400 edificios en altura la planta baja o el primer piso están proyectados para salones de eventos sociales, lo que hace deducir que esos ambientes deben producir fuertes ingresos, ya que son la base económica con la que posiblemente se debe recuperar los elevados costos de la construcción —caracterizada por sus fachadas exóticas y el exceso de mezcla formal—.

Esas edificaciones nos llevan a preguntarnos si el imaginario del proyectista buscó propuestas formales inspiradas en patrones culturales que formen parte del identitario de ese medio social, o en su caso, fue el mito el que se convirtió en la esencia de esas construcciones como reflejo de una arquitectura sin prejuicios, la cual plantea composiciones y formas por demás libres y, sobre todo, parecieran buscar transmitir la fuerza del significado de una cultura.

Sin embargo, no se puede negar que esas obras rompieron barreras y que llamaron la atención fuera de nuestras fronteras, lo que sin duda las ha convertido en un significante de la ciudad de El Alto. Aquello también respaldado por su expresión que busca supuestamente manifestar de forma simbólica a la cultura andina.

El hecho de que sus usuarios se identifiquen con ese tipo de arquitectura le añade un elemento a todo el bagaje cultural y social que constituye el sentido identitario de los miles de hombres y mujeres que habitan la urbe alteña.

Empero, si bien la búsqueda del mito en un tipo de arquitectura en la ciudad de El Alto parece una realidad irrefutable por todo lo anteriormente mencionado, allá existen otras obras de distintos estilos que no dejan de conformar la fuerza de esa ciudad que se muestra tan particular. Una ciudad que al final, pese a ser complicada, compleja y desordenada, siempre será digna de ser estudiada.

(*) Patricia Vargas es periodista

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